Retratos de África
21 domingo Abr 2013
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in21 martes Ago 2012
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En la primera entrega de este blog, hace ya algunos meses, escribí que aunque me había ido a Sudamérica, mi destino apuntaba en otra dirección. Lo llamé el sueño de África, parafraseando el título de uno de mis libros preferidos sobre el continente. Como estoy convencido de que entre las pocas obligaciones a las que no debemos renunciar, la de cumplir los sueños es la más esencial, aquí estoy, escribiendo este primer post a la llegada de mi viaje por el este de África.
Me encontraba en Singapur, en el punto más meridional del Asia continental, en la punta de la Península de Malaca, en una suerte de Finis Terrae asiático. Cuando llegas a Singapur por tierra tienes tres opciones: tomar un ferry que te lleve a alguna isla de Indonesia, volver por tierra deshaciendo tu camino, o coger un avión desde el magnífico aeropuerto Changi que pasa por ser uno de los mejores del mundo. Considerando que volver por donde he venido me suele parecer una pérdida de tiempo, y que además no tenía demasiado interés en visitar Indonesia, decidí, por fin, perseguir mi sueño.
Si aterricé en Ruanda sin que nadie supiera que me iba a África, fue principalmente por no preocupar a mi familia. África tiene mala prensa. Es un continente mitad olvidado, mitad demonizado. Si no me crees, cuenta las pocas veces que sale en cualquier informativo y analiza lo que dicen. Pero no hay que ir a la prensa para comprobar la mala imagen de África que se tiene, o que tenemos, en países occidentales, término del que, por cierto, algunas culturas nos hemos apropiado y con el que no me encuentro muy cómodo ya que media África es tan geográficamente occidental como Europa. Cuando, hace ya mucho tiempo, comenté a amigos y conocidos mi entusiasmo por coger la mochila y recorrer por mi cuenta el este de África, recibí una gran cantidad de reacciones negativas al respecto: «África es peligrosa», «te pueden secuestrar», «te van a robar», «hay enfermedades graves y para algunas como la malaria no hay vacuna», y, en el mejor de los casos, «vas a estar viendo pobreza y niños desnutridos y eso tiene que ser muy duro». Hubo gente que me dijo que África no era como Sudamérica o Asia, que un blanco, viajando solo, ni siquiera podría salir a la calle o viajar en el transporte público sin que los locales le acosaran para obtener dinero, por las buenas o por las malas.
Huelga decir que, si estoy escribiendo estas líneas, es porque mi optimismo basado poco más que en el entusiasmo de un sueño infantil, aunque debilitado por las lógicas preocupaciones debidas a la mala fama de África, pudo más que todas esas fatídicas voces. Pues bien, ahora que he vuelto, más o menos entero, después de haber recorrido por tierra, por mi cuenta, y en transporte público Ruanda, Uganda, Kenia, y Tanzania, voy a contar algunas razones por las que nadie debería seguir mis pasos en tan hostiles territorios.
1. La singularidad de ser blanco en África
Cuando andas por la calle, sin importar si estás en un pueblo perdido en las montañas que no tiene acceso por carretera o si estás en la capital del país, prácticamente todo el mundo te mira. En las zonas rurales la gente se ríe de ti mientras te señala, y te grita mzungu, que en la mayor parte de lenguas bantúes significa extranjero o, simplemente, blanco. Durante cada día de mi estancia allí he tenido que soportar como decenas de personas, especialmente niños, se acercan con el brazo extendido y la palma ligeramente hacia arriba. Es difícil soportar la visión de sus caras cuando no cumples con su petición.
2. Seguridad
Viajar solo por África puede ser imprudente. Tienes que circular por carreteras ruinosas o caminos de tierra, con un tráfico temerario, en autobuses que salen antes del amanecer, que llegan después del anochecer, o incluso en medio de la noche. Y allí tienes que estar, en las estaciones del tercer mundo con decenas de hombres en grupos, andando y corriendo de un lado para otro, abordándote en noches cerradas, sin apenas luz artificial, en busca de tu dinero. Por no hablar de los autobuses gigantescos con tres personas a un lado del pasillo y dos al otro, con un duro banco corrido en lugar de asientos, con cajas y equipaje por el suelo, y con más pasajeros del aforo permitido y razonable. Sin contar a las gallinas. Aunque cuando el viaje es el minibus o matatu, tu espacio vital se reduce hasta la inexistencia. Un día llegué a contar 19 adultos y tres niños en un minibus con 12 asientos. El lector se puede imaginar la facilidad que los amantes de lo ajeno encuentran en semejante medio de transporte.
3. Historia y situación política actual
El pasado reciente de todos esos países es convulso y se manifiesta en la vida cotidiana actual. En Uganda hay controles de carretera del ejército cada pocos kilómetros. En Ruanda los militares controlan la totalidad del país lo cuál no es extraño, aunque podría parecerle preocupante al lector que sepa que hace tan solo 18 años, el ejército del país junto con milicias paramilitares de la etnia hutu, y con buena parte de la propia población hutu, masacró en 100 días a más del 20% de la población, mayoritariamente miembros de la etnia tutsi. ¿Qué esperabas encontrar ahora en un país del África profunda en donde hace menos de dos décadas el delirio colectivo perpetró una de las mayores carnicerías de la historia conocida de la humanidad?
4. Enfermedades
África está plagada de enfermedades de todo tipo. Estoy convencido de que has oído hablar de la malaria, la enfermedad del sueño, el cólera, el dengue, el ébola, el SIDA, la polio, y tantas otras. Sí, ya sé que también algunas de ellas (pocas) están en Europa, como el SIDA, que en nuestro continente se llevó a 8.500 personas en 2009. Sin embargo en el África subsahariana, donde un 6% de la población está infectada con el VIH, 1.3 millones perdieron la vida ese mismo año [1].
Podría seguir con desgracias, con problemas que encontrarías en el este de África si cometes la imprudencia de viajar por allí por tu cuenta, pero no quiero abrumarte con más argumentos de tanta carga negativa. Ahora bien, si el lector decidiera hacer caso omiso a las razonas arriba expuestas y siguiendo su instinto se adentrara en, quizás, el continente más desconocido y sugerente, hay algunos puntos que me gustaría compartir con semejante insensato.
1. La singularidad de ser blanco en África
Es cierto que la gente te mira constantemente, muchos te señalan y casi todos ríen. Normalmente te están sonriendo a ti, bien por ser amables o bien porque les hace gracia que un blanco aparezca por allí, algo que, excepto en el centro de las grandes ciudades o en lugares especialmente turísticos (Serengueti, Kilimanjaro, etc) es infrecuente, y por tanto, extraordinario para ellos. Muchos vendrán a hablar contigo. Sí, a preguntar qué tal estás, de dónde eres, por qué viajas sólo y a dónde quieres ir. Y muchísimos alargarán el brazo hacia ti, con el único fin de estrechar tu mano. Una vez, en un pequeño pueblo de Ruanda, estreché más de cuarenta manos en apenas un cuarto de hora. En mi primer paseo por el África negra, en Kigali, me crucé con un niño menudo, de unos ocho o diez años, jersey de lana roja, pantalones de pana azul y de agujeros negros. Se acercó a mí con los ojos muy abiertos, una cara seria, y me dio los buenos días en francés, extendiendo su mano con la palma prácticamente horizontal apuntando al cielo. Le dije que no, que lo sentía. Le volví a mirar. Su cara mostraba decepción. Miré su mano. No estaba tan horizontal como me había parecido a primera vista, pero tampoco vertical debido a la diferencia de alturas. Estaba inclinada en un ángulo indeterminado. El niño solo quería darle la mano al blanco. Lamentablemente el blanco no había dejado todos los prejuicios en casa.
2. Seguridad
He tomado decenas de autobuses y minibuses, en pueblos, ciudades grandes, y capitales, casi siempre siendo el único blanco. Eso te convierte en la estrella del autobús; si estás en la parte de adelante, cuando gires la cabeza tendrás un montón de pares de ojos clavados en tu pálida cara. Al igual que pasa cuando vas por la calle, la mayoría estarán deseando hablar contigo; si sonríes un poco, sonreirán con entusiasmo, si haces el gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba, casi siempre recibirás el mismo gesto de vuelta. Yo utilizo el truco de los pulgares cuando alguien se queda mirándome petrificado más de cinco segundos. Para desbloquear una situación que en Europa sería violenta y que allí me provoca una sonrisa. Más de uno me reconoció que era el primer blanco con el que hablaba en su vida. Todos han visto blancos, en algún televisor propio o ajeno, durante los partidos de fútbol de la liga española o inglesa que les llegan a través de las parabólicas que pueblan los tejados de las casas más ruinosas en África. Pero verlos andando por las calles de sus pueblos es otro asunto.
En ninguno de mis viajes nadie intentó robarme nada, es más, algunos cuidaron de mi equipaje, que iba tirado por el suelo, mejor que del suyo propio. Nunca nadie me pidió nada dentro de un autobús. Pero me regalaron paquetes de galletas, plátanos, botellas de agua, refrescos, frutas de las que desconozco el nombre, y deliciosos tubérculos alargados que se comen calientes y que no he visto en ninguna parte del mundo.
Respecto al asunto de las estaciones, al principio estaba algo expectante, allí solo, de noche y con esos grupos de hasta diez hombres corriendo de un lado para otro. Luego me di cuenta de que simplemente eran trabajadores de las distintas compañías que intentaban, con gran fervor, captar clientes. Más de uno me confesaría que su salario era ridículamente bajo y su verdadero sustento radicaba en la comisión por billete vendido.
3. Historia y situación política actual
Que África tiene un pasado agitado y un presente complicado es evidente. Tampoco voy a negar que en algunos países como Uganda, y especialmente Ruanda, el territorio parece tomado por el ejército, que a diferencia de otros tiempos al menos está dirigido por el gobierno y no por generales caprichosos con hambre de poder. Para el viajero, especialmente el que acaba de llegar, la presencia del ejército mejora la sensación de seguridad. Ruanda, país víctima y a la vez ejecutor de uno de los genocidios más brutales del siglo XX, tiene una situación envidiable en la región. Sin entrar en disquisiciones geopolíticas (algún día entraré, porque la recuperación social, política y judicial del país es tan sorprendente como admirable), Ruanda es para el viajero un remanso de paz y de seguridad 18 años después del asesinato masivo de casi un millón de personas. Los ruandeses te cuentan con orgullo que, incluso tú, mzungu, puedes caminar con tranquilidad por cualquier sitio a cualquier hora. Como me gusta comprobar lo que me dicen, puedo dar fe de que, paseando de día y de noche, por zonas rurales, por ciudades grandes, por estaciones, etc, nunca he tenido ningún problema ni tan siquiera he sentido que estuviera en una situación potencialmente peligrosa.
4. Enfermedades
El tema de las enfermedades es preocupante para cualquiera que viaje por zonas tropicales y ecuatoriales. En el África subsahariana, los mosquitos, especialmente abundantes en época de lluvias, pueden transmitir malaria o dengue. El ébola no tiene cura y aunque es poco frecuente, aparece sistemáticamente en cepas de que generan hasta el 90% de mortalidad entre los infectados. El SIDA es un problema que gracias al compromiso de casi todos los países africanos, está empezando a ser controlado aunque continúa siendo una tragedia. Lo que puedo asegurar es que aunque el viajero corre riesgos, también los corre en cualquier otra zona tropical o ecuatorial del mundo y sin embargo la mala fama se la lleva África casi en exclusiva. No soy una muestra estadísticamente representativa, pero mi salud durante el viaje fue excelente, igual que la de los pocos viajeros con los que me crucé por allí. Me gustaría decir lo mismo de mi viaje por Sudamérica.
Este artículo es un alegato en favor de África, continente maltratado, entre otras cosas, por los prejuicios. También intento justificar que viajar solo y por tu cuenta por el este de África, aunque no es muy habitual, no es ninguna locura y no tiene nada de heroico. Es más, animo a los viajeros con hambre de mundo que leen estas líneas a que vayan a descubrir, con respeto pero sin ningún miedo, el que para mí es el continente más fascinante y menos conocido. Iré escribiendo más artículos que quizás convenzan al viajero dubitativo.
África tiene problemas y desgracias; tiene miseria, tiene enfermedades, y tiene delincuencia. No pretendo demostrar que la vida en África es perfecta y que los africanos son mejores que los «occidentales». No soy tan maniqueo. Sin embargo, desde el punto de vista del viajero, lo de «hay de todo en todos los sitios» es una frase hecha que me rechina. Sí, hay de todo en todos los sitios, pero en distintas proporciones debido a diversas causas históricas, culturales y económicas. Y francamente, la gente que me he cruzado en mi viaje por África me ha tratado mejor que en casi ningún sitio de los que hasta ahora haya estado. Estas son mis impresiones, y a diferencia de Groucho Marx, aunque no te gusten o aunque no fueran las que esperabas oír de África, de momento no tengo otras.
Quiero acabar el post aclarando que no es del todo cierto que no haya contraído ninguna enfermedad en África. Desde que he vuelto, me despierto y me acuesto pensando en esponjosas colinas ruandesas de color verde claro y brillante cultivadas con frondosos matorrales de té, en montañas ugandesas pobladas de bosque ecuatorial y cubiertas por una engimática niebla que parece querer alejar del hombre los últimos ejemplares del gorila de montaña. Algunas veces, en cualquier momento del día, en el desarrollo de cualquier actividad, vienen a mi mente imágenes de las planicies kenianas de alta hierba seca donde las gacelas de Thomson corretean nerviosas mientras su corta cola no deja de balancearse vigorosamente. Veo las caras de emoción de los niños de los pueblos tanzanos cuando encuentran al viajero blanco, o la alegría de sus juegos cuando el mzungu observa la escena desde la distancia. Pero cada día, viene a mi mente una mujer africana, una cualquiera de las miles que he visto, ataviada con un largo vestido indescriptiblemente colorido, con su bebé enrollado a la espalda en una tela a juego con su ropa y con el pañuelo que cubre su pelo, transportando cualquier recipiente, producto u objeto sobre su cabeza y sin usar las manos, sonriendo a los que se cruza a su paso, ya sean locales o yo mismo, y sonriendo incluso a la vida. Esa vida con la que cada día se juega a los dados del azar su propia supervivencia y la de su familia. Esa vida a la que respeta pero a la que no teme y a la que mira con orgullo a los ojos. Esas recias mujeres son el motor y la esperanza de África.
Cuando oigo a alguien pronunciar el nombre de África o cualquiera de los países que la conforman, cuando la veo en el viejo mapa que me espera cada noche junto a mi cama, cuando repaso las fotos de mi viaje que tan mal capturan la belleza del continente negro, no me acuerdo de dónde estuve. Me pregunto dónde iré cuando vuelva. Esa es la enfermedad que he contraído, la fiebre de África, cuyo principal síntoma es la ansiedad por volver cuando ya no estás allí. Una enfermedad que se contrae en África pero que sólo se manifiesta cuando la dejas. Esa enfermedad la sufrieron los Speke, Stanley, Livingstone y compañía, exploradores británicos del siglo XIX de los que algún día hablaré aquí, muchos de los cuales fueron a conquistarla y acabaron siendo ellos los conquistados por la grandeza del continente. El único dolor que provoca la fiebre de África es el dolor de no estar allí ahora mismo.
Referencias:
[1] UNAIDS Report on the Global AIDS Epidemic | 2010, http://www.unaids.org/documents/20101123_globalreport_em.pdf .
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