Viene de aquí: Auschwitz, el infierno bajo la nieve (I)

Una joven pareja decidió que ya había tenido suficiente. Me pareció que alguna lágrima brotaba de los ojos de ella, quizás por el frío, y que si él no lloraba era por vergüenza o tal vez por tener los conductos lagrimales helados. Los que quedábamos, junto con la guía y algunos otros polacos, tomamos el autobús que cubre los tres kilómetros que separan Auschwitz I de Auschwitz II-Birkenau.

La famosa entrada oriental de Auschwitz II-Birkenau es un sencillo edificio alargado de ladrillo rojo, atravesado por una vía de tren que muere en el punto central del campo. Cruzamos el conocido edificio accediendo a un descampado que no se parecía nada al que yo había visitado hacía dos veranos. Un siniestro cielo gris oscuro, cargado de nieve y furioso por no poder escupirla sobre Auschwitz debido a la baja temperatura, gobernaba amenazante el inmenso desierto blanco, tan sólo acotado por interminables alambradas de espino tocadas con cientos de sencillas lámparas metálicas. Los barracones, algunos de madera y otros de ladrillo, se extendían en todas las direcciones, extremadamente ordenados y alternados por torretas de vigilancia.

Entrada de Auschwitz II.

Entrada de Auschwitz II.

Auschwitz II-Birkenau siempre contó con dos secciones principales, la de hombres y la de mujeres, separadas por las vías del tren y por varias alambradas. Sólo hubo una excepción que fue la sección de gitanos, a los que se permitió vivir en comunidad sin separarse de sus familias. Este trato preferencial acabó en la noche del 2 de agosto de 1944 en la que todos los gitanos del campo, unos 3.000, fueron exterminados en las cámaras de gas. Separados de los demás presos vivían los Sonderkommandos, un grupo especial de prisioneros encargados del trabajo en las cámaras de gas y los crematorios. Los Sonderkommandos conducían a los prisioneros a unos vestuarios haciéndoles creer que iban a unas duchas comunitarias. Les hacían desvestirse, dejando sus pertenencias en un lugar concreto para poder recuperarlas tras la supuesta ducha y los conducían a la cámara de gas. El interior de la cámara de gas tenía tuberías y duchas en lo alto, si bien nunca llegaron a conectarse al suministro de agua. Tras cerrar las puertas, botes de Zyklon B eran arrojados en el interior causando la muerte de hasta 3.000 personas en menos de 5 minutos. A los 25 minutos, los Sonderkommandos entraban en la sala, extraían dientes de oro y objetos de valor ocultos en los orificios de algunos prisioneros, y llevaban los cadáveres al crematorio donde eran incinerados. En épocas donde las ejecuciones eran especialmente masivas, como en la primavera de 1944 con la afluencia de miles de judíos húngaros, los cadáveres fueron quemados en piras exteriores. Los Sonderkommandos vivían bajo gran presión psicológica, debiendo engañar a los prisioneros sobre su inmediato destino, algunas veces incluso a sus propios amigos o familiares. Si algún Sonderkommando alertaba a los presos sobre la farsa de las duchas, se le aplicaba una ejecución ejemplarmente cruel, como ser quemado vivo. En cualquier caso, los Sonderkommandos eran periódicamente ejecutados, cada tres o cuatro meses, para eliminar testigos de lo que estaba ocurriendo en los campos de exterminio de la Alemania nazi.

Barracones de madera en Auschwitz II.

Barracones de madera en Auschwitz II-Birkenau.

Caminábamos junto a la vía del tren, acercándonos a ese punto tan triste que nunca debiera existir, donde una vía acaba indicando el final inexorable de un viaje. Íbamos dejando atrás, al otro lado de las alambradas, algunos de los más de 300 barracones, reconstrucciones de los originales en los que los prisioneros malvivían hacinados en condiciones deplorables. Parecían todos idénticos, transmitiendo una intencionada sensación de deshumanización. Al fin y al cabo los nazis perseguían desposeer psicológicamente a los prisioneros de toda cualidad humana para dominarlos fácilmente. A los presos se les afeitaba la cabeza al llegar al campo (también a las mujeres), recibían ropas idénticas en las que se cosía la marca del grupo al que pertenecían en función de si su grave delito era, por ejemplo, ser judío u homosexual, se les tatuaba un número en el brazo izquierdo, y se les sometía a todo tipo de vejaciones e intimidaciones con el objetivo de acabar con su condición humana. Para más información respecto a la deshumanización de los prisioneros en los campos de concentración y exterminio, recomiendo encarecidamente leer éste interesante post.

Entramos a un par de barracones de madera, el primero un dormitorio con literas de madera en tres niveles que todo el que haya visto la fantástica película La vida es bella se podrá imaginar. El segundo era el barracón de las letrinas, a las que los prisioneros sólo tenían derecho a ir una vez al día durante 5 minutos, todos a la vez, sin ningún tipo de privacidad y con unas condiciones higiénicas indescriptibles. La guía nos contó que limpiar letrinas era el trabajo preferido de los prisioneros debido a que se realizaba bajo techo y porque además los convertía en apestados a los que los soldados alemanes se negaban a acercarse.

Interior de un barracón de Auschwitz II.

Interior de un barracón de Auschwitz II-Birkenau.

Aún hoy, sin necesidad de repasar mi cuaderno de notas, recuerdo muchísimos datos e historias que la guía contó en aquel inmenso infierno helado llamado Auschwitz II-Birkenau. Casi todo lo que escuché ya lo conocía de mi primera visita, pero el efecto de tanta atrocidad no me había provocado un efecto tan doloroso la otra vez. Supongo que el punzante frío abría una herida por la que se deslizaba el veneno de la bestialidad humana que la guía iba narrando. Porque la versión de la historia de Auschwitz que conté en el primer post sobre Auschwitz es la oficial, pero también la aséptica. Y no es que la visita guiada de Auschwitz  ahonde en un innecesario morbo (lo cual me hace recordar mi visita al ridículo Museo del Holocausto en la ciudad de Washington DC, tan lamentablemente demagógico y simplista, al estilo de una mala película estadounidense que, y lo digo con vergüenza, casi hace reír al visitante europeo). La visita al campo de exterminio de Auschwitz está enfocada desde un punto de vista histórico extremadamente riguroso, con un tono totalmente imparcial, sin revanchismo ni rencor, pero consiguiendo que el visitante se haga una idea más aproximada de la dimensión de la tragedia humana que se vivió en Auschwitz y en otros campos de concentración.

Rosa sobre una locomotora en Auschwitz II.

Rosa sobre una locomotora en Auschwitz II-Birkenau.

Durante la visita, te enteras de que la esperanza de vida de los prisioneros era de unos cuatro meses desde que llegaban al campo, tiempo que fue disminuyendo en los últimos años debido a las ejecuciones masivas, las hambrunas y las enfermedades. Te cuentan los crueles experimentos médicos en seres humanos que hoy estarían prohibidos incluso en cobayas por provocar muertes largas y especialmente crueles. Ves enormes salas con utensilios de los prisioneros que te acercan un poco más a la realidad de los grandes números: una con unos 40.000 pares de zapatos decomisados a los prisioneros a su llegada al campo, otra con hasta 2.000 kilogramos de pelo humano usado para la fabricación de pelucas y de almohadas de venta en Alemania, otra con miles de maletas con los nombres y las direcciones de los propietarios escritas, señal de que llegaban al campo engañados con la idea de que iban a un campo de trabajo con condiciones dignas. Cuando estás en Auschwitz II-Birkenau descubres que el complejo está construido sobre una zona pantanosa y que la mayor parte del año es un completo barrizal de lodo y nieve en el que muchos prisioneros perdían sus zapatos de madera (llevados sin calcetines, por cierto) lo que provocaba una muerte segura en los siguientes días debido al frío. Te enteras de que la dieta de los prisioneros, obligados a trabajar doce horas sin descansos, era de unas 700 kilocalorías, unas cuatro veces menos de lo que un trabajador necesitaría. Te cuentan que cada día se pasaba lista por antes del alba y después del anochecer, y que los fallecidos durante el trabajo o durante la noche debían ser grotescamente sostenidos en pie por dos prisioneros hasta que se acabara el recuento, que podía llegar a durar algunas horas a modo de castigo comunitario si faltaba algún prisionero. La visita a Auschwitz te introduce en un universo atroz en el que aún así parece imposible comprender tanto el sufrimiento físico y psicológico que debieron soportar los prisioneros, como el funcionamiento de las mentes que planificaron y perpetraron ferozmente los abyectos crímenes que allí se cometieron.

Rosa en las vías de tren de Auschwitz II-Birkenau.

Rosa en las vías de tren de Auschwitz II-Birkenau.

Seguimos caminando hasta el extremo más occidental del campo, donde varias placas en distintos idiomas, también en ladino, y algunas pocas flores cubiertas de nieve caída algunos días antes, honraban la memoria de los que murieron y de los pocos que sobrevivieron en Auschwitz. Ya por entonces notaba que mi respiración no era demasiado profunda. Mis labios estaban ajados por el frío y no sentía varias partes de mi cuerpo. Tiritaba de angustia, tal vez catalizada por el frío. O viceversa. Un viento moderado pero continuo parecía susurrarnos versos fúnebres a los que allí nos encontrábamos, menoscabando poco a poco la fortaleza que intentábamos aparentar.

Esta vez no hice ni una sola pregunta a la guía. No había preguntas para las respuestas que necesitaba. Durante todo el recorrido nadie había hablado con nadie, algo insólito en un grupo de españoles que se conocen fuera de nuestras fronteras. Un chica española se me acercó poco después de que la guía nos mostrara las ruinas de las cámaras de gas, dinamitadas por los nazis poco antes de abandonar el campo ante el asedio soviético. La chica acertó a decirme: “Qué monstruosidad, los alemanes…” a lo que yo asentí sin contestar. Me habría gustado contestarle “qué monstruosidad, el ser humano…” si no hubiera tenido congeladas la voz y el alma. Recordé al psiquiatra y neurólogo austriaco Viktor Frankl, uno de los más famosos prisioneros de Auschwitz, que sobrevivió a tres años de encierro en distintos campos de concentración, y que tras su liberación escribió uno de los libros más influyentes del siglo XX, El hombre en busca de sentido. El célebre libro analiza la estancia en el campo desde el punto de vista psicológico, relatando los mecanismos con los que el ser humano, en momentos de extrema adversidad y a través de la búsqueda de un sentido existencial, consigue aferrarse a la vida. Sentí vergüenza por flaquear físicamente debido al frío, y psicológicamente debido al relato de la guía, en un escenario donde millones de personas como Viktor Frankl habían luchado contra la más absoluta adversidad, en algunos casos incluso derrotándola.

Ruinas de una cámara de gas y un crematorio.

Ruinas de una cámara de gas y un crematorio Auschwitz II-Birkenau.

Habrían pasado casi cuatro horas desde que el tour empezara en Auschwitz I y el grupo cada vez andaba más lentamente. La guía nos había preguntado varias veces si estábamos bien y nos había mostrado el camino evidente para volver en caso de no querer seguir el tour: siguiendo la recta vía del tren hasta la famosa entrada que se divisaba a un kilómetro de distancia. Todos decidimos intentar aguantar hasta el final de la visita, que acabaría en un barracón para mujeres. Bajo la techumbre de madera, la guía nos relató las penalidades añadidas que las reclusas sufrían. Me pareció que todos seguíamos escuchando con la misma atención que cuando empezó la visita, a pesar de la duración y de las condiciones físicas y mentales. Recuerdo como volvió a contar que de los tres niveles de literas de madera, el más seguro era el de arriba y el peor el de abajo debido al frío y la suciedad, y que al igual que pasaba con los hombres, el mejor sitio era generalmente para las más fuertes y el peor para las débiles y enfermas, que acababan muriendo a los pocos días. La guía lo llamó egoísmo de supervivencia en situaciones extremas.

Alambrada de Auschwitz II.

Alambrada de Auschwitz II-Birkenau.

Se acercaba el fin del tour y la guía nos dejó un rato para recorrer por nuestra cuenta el pequeño barracón en el que hasta un millar de mujeres se habían amontonado en noches glaciales como la de aquel día. Me separé un poco del grupo, inspeccionando aquel barracón iluminado por un par de dubitativas bombillas que proyectaban más sombras que luces. Entonces ocurrió algo que aún a día de hoy no me explico, la gota que colmó el vaso de mi entereza, ya por entonces quebrada. Sobre el negro de las sombras empecé a ver algunos destellos. Me froté los ojos pensando que mi lamentable estado era el responsable de las alucinaciones. Pero lejos de desaparecer, los destellos se multiplicaron como estrellas fugaces que caían del cielo de aquel universo fatal. Miré hacia arriba y fue cuando entendí que mi visita había acabado allí. Eran copos de nieve que caían de un techo en el que no se apreciaba rendija alguna. Estaba nevando. Y sólo estaba nevando dentro de aquel barracón.

El techo y la nieve.

El techo y la nieve.

Han pasado algunos meses desde que volví a visitar Auschwitz y expresar el recuerdo que aún me evoca se hace difícil sin citar algunos versos de la Divina Comedia. El poeta toscano Dante Alighieri también sufrió su particular Infierno y en el segundo terceto del primer canto decía esto:

"¡Ahi quanto a dir qual era è cosa dura
esta selva selvaggia e aspra e forte
che nel pensier rinova la paura!",

que traducido sería algo así como:

¡Ah que decir, cuán difícil era y es
este bosque salvaje, áspero y fuerte,
que al pensarlo renueva el pavor!

Sin embargo, a pesar de todo lo que he relatado, creo que la visita a Auschwitz o a cualquier otro campo de exterminio debe de hacerse al menos una vez en la vida. Es más, me parece que la difusión de uno de los episodios más funestos de la historia contemporánea, a riesgo de haber asustado a unos cuantos lectores de este humilde blog, es algo casi obligado. Saber lo que sucedió en los campos de concentración y exterminio, aunque sea triste y doloroso, es necesario. Creo que conocer los capítulos más miserables de la historia, humaniza. Porque para saber lo que queremos ser, es imprescindible tener muy claro lo que nunca podemos volver a ser. Por un futuro mejor.

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Papiroflexia para la esperanza en un barracón de Auschwitz II-Birkenau.

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